En los últimos meses se han retomado las investigaciones arqueológicas en el “barrio de Alcalá” del castillo de Lorca (Murcia). Se trata de un proyecto de investigación de la Universidad de Murcia, en colaboración con el Museo Arqueológico Municipal de Lorca, financiado por la Fundación Séneca (Agencia de Ciencia y Tecnología de la Región de Murcia), la Comisión Europea y la Fundación Palarq, que analiza los restos de la judería que se levantó en el interior de la fortaleza de Lorca en los siglos XIV y XV.
En 2002, con motivo de la construcción de un parador nacional de Turismo en el castillo, apareció la sinagoga, que fue rehabilitada y que se ha convertido en un ejemplo único de espacio religioso judío (Eiroa, Gallardo y González, 2017). En su interior se hallaron toda una serie de elementos arqueológicos muy significativos, entre los que destacan los restos de las lámparas de vidrio que iluminaban su interior (Figura 1). Posteriormente, entre 2009 y 2012, una serie de intervenciones programadas sacaron a la luz un denso espacio urbano, con varios accesos individualizados, una red viaria compleja, espacios artesanales y más de una quincena de viviendas (Eiroa, 2020).
El yacimiento presentaba unas inmejorables condiciones para la investigación, pues en la mayoría de los casos las casas habían sido abandonadas tras el decreto de expulsión de 1492 y, bajo los derrumbes, se conservaban los últimos niveles de ocupación en unas condiciones extraordinarias (Fig. 2). Los restos de la judería de Lorca y los materiales arqueológicos que en ella se hallaron, estudiados y publicados en los años siguientes, fueron decisivos para reinterpretar otros conjuntos similares en distintos lugares de España, como Pancorbo (Burgos), Molina de Aragón (Guadalajara) o o Híjar (Teruel).
En los últimos años, las investigaciones en la judería de Lorca se han centrado en la búsqueda de elementos que permitan establecer diferencias con las poblaciones no judías, desde una perspectiva arqueológica, y que puedan convertirse en “indicadores” de la presencia judía. Desde un punto de vista estructural, no hay rasgos distintivos, a excepción de los espacios puramente religiosos (la sinagoga, en este caso): las casas, de semejantes características a las de los pobladores cristianos en el mismo contexto cronológico y geográfico, no presentan ninguna particularidad estructural u organizativa que permita vincularlas con la población judía. Se podría decir que las estructuras se comportan de la misma manera que sus ocupantes, integrándose en la tendencia mayoritaria (lejos de la absurda visión de aislamiento que los presentaba como células aisladas); insertándose, en definitiva, en las dinámicas generales de la socioeconomía bajomedieval castellana de la frontera.
La búsqueda de elementos diferenciadores se ha centrado, en los últimos años, en el análisis de los materiales arqueológicos hallados en los espacios domésticos. Los denominados “ajuares domésticos” han sido estudiados, en muchas ocasiones, para identificar en ellos elementos diferenciadores, “marcadores arqueológicos” de la presencia judía, sin apenas resultados. Dejando a un lado la errónea tendencia que interpreta como judío cualquier elemento con epigrafía hebrea o con algún símbolo anacrónico, en especial la estrella de seis puntas, los análisis se han centrado en la cerámica, que (al menos desde un punto de vista cuantitativo) representa la mayor parte de la cultura material recuperada en las excavaciones mediante el método arqueológico. A pesar de los esfuerzos, los resultados negativos son concluyentes: su cerámica, muy bien conocida (González Ballesteros, 2023), no ofrece diferencias sustanciales con la de sus contemporáneos, no hay rasgos distintivos, salvo en los januquiot, como ahora expondremos.
Sin embargo, otros materiales arqueológicos recuperados en las excavaciones realizadas en contextos domésticos medievales sí están resultando decisivos para identificar la presencia de población judía, a la luz de la experiencia desarrollada en los últimos diez años. Nos referimos, en primer lugar, a los restos animales, pues el registro arqueozoológico refleja una dieta estricta y prácticas alimenticias específicas.
No sólo en lo que respecta al consumo de una serie de alimentos puros o casher (animales de agua con aletas y escamas, cuadrúpedos de pata ungulada con pezuñas hendidas y rumiantes, además de algunas aves y determinados insectos alados) sino también a la existencia de un sacrificio determinado, llevado a cabo mediante la matanza ritual o shejitá, que implica el desangrado y la eliminación de los nervios ciáticos y órganos internos (las grasas que se encuentran alrededor de los órganos vitales y del hígado), llegando algunas comunidades judías a consumir solamente los cuartos delanteros de los animales para evitar el consumo accidental de carne o grasas no permitidas.
Siguiendo los excelentes resultados obtenidos en algunos yacimientos europeos bajomedievales, como Orleans (Francia) o Buda (Hungría), en los últimos años se han comenzado a estudiar en España los registros arqueozoológicos de algunos importantes asentamientos judíos medievales, como Tárrega (Lérida), Puigcerdá (Gerona) o el “Castro de los Judíos” (Puente Castro, León). En el caso de Lorca, la combinación de los datos extraídos de los restos óseos y dentales animales junto con la información procedente de las fuentes textuales, permite definir un alto grado de observancia de las normativas religiosas en materia de alimentación; y convierte a los restos óseos y dentales de los animales consumidos en excelentes indicadores de la presencia de poblaciones judías.
El otro indicador fundamental que permite identificar la presencia de población judía en los contextos arqueológicos medievales de carácter doméstico es el conjunto de los objetos rituales, en especial los candiles múltiples asociados con la celebración de la la fiesta de las Luces (Janucá), que tenía lugar en el ámbito de la casa: a finales del mes de Kislev, se celebraba la nueva purificación y consagración del templo de Jerusalén (siglo II a. C), cuando los sacerdotes lograron encender el fuego durante ocho días pese a contar con una única medida de aceite consagrado; con la caída del sol, en el hogar familiar, se desarrollaba un ritual basado en el encendido de las luces. Se empleaban unas lámparas o candiles múltiples que recibían la denominación de januquiot (pl.).
Una januquia (sing.) estaría formada por un conjunto de ocho candiles unidos de forma seriada, que podían ir acompañados de un noveno candil de mayores dimensiones, que haría las funciones de samas o servidor y que se empleaba para encender los ocho restantes, de forma progresiva, a razón de uno al día, durante los ocho días de celebración. Aunque se ha documentado un ejemplar de candil múltiple en piedra proveniente de Puigcerdá y las referencias documentales registran ejemplares metálicos, en especial las ilustraciones de dos hagadot italianas de la British Library y algunos fragmentos textuales de finales de la Edad Media, todos los datos apuntan a que se trata de piezas normalmente cerámicas.
A diferencia de otros objetos litúrgicos, la presencia de fragmentos de este tipo de candil múltiple en los contextos arqueológicos medievales domésticos parece habitual y se trata de elementos de sencilla identificación: en el marco de las cronotipologías de contenedores de fuego, las mejor conocidas de la arqueología medieval española, estos candiles múltiples no pueden confundirse con ningún otro tipo de candil documentado hasta la fecha. Están formados por una sucesión de varios candiles con cazoleta de pellizco o con recipiente ojival dispuestos de forma seriada sobre una peana alargada y normalmente rectangular. Se identificaron por primera vez a partir de unos fragmentos hallados durante de las excavaciones de la judería de Teruel en 1981 y posteriormente su aparición ha sido documentada más de una docena de juderías castellanas y catalano-aragonesas.
En las excavaciones de la judería bajomedieval del castillo de Lorca se ha hallado la colección más numerosa hasta la fecha (Fig. 4), en su mayoría en contextos arqueológicos cerrados y fechados con precisión (en ámbitos domésticos del conjunto de la judería), cuyo análisis puede aclarar bastantes cuestiones no resueltas sobre estos candiles. Se trata de veinte fragmentos cerámicos de januquiot (que corresponderían a dieciocho piezas distintas), todos ellos fechados entre finales del siglo XIV y la última década del siglo XV.
A finales de noviembre de este año, los trabajos arqueológicos de campo en la judería del castillo de Lorca se retomarán por donde se dejaron en el año 2020 (Fig. 3), afectados por los problemas derivados de la pandemia, con la excavación de la casa XVI y su entorno. A partir de enero de 2024, nuevas muestras cerámicas y bioarqueológicas podrán ser analizadas en el Laboratorio de la Universidad de Murcia. Una nueva oportunidad para seguir profundizando en el estudio de estos marcadores y en la definición de nuevos indicadores de la presencia judía en la Castilla bajomedieval.
Bibliografía
Eiroa, Jorge A: “Arqueología de la judería bajomedieval de Lorca (Murcia)”, en A. Carretero y Ch. Papí (eds.), Actualidad de la investigación arqueológica en España I (2018-2019), Museo Arqueológico Nacional, Madrid, 2020, pp. 65-81.
Eiroa, Jorge A: “Arqueología medieval de las minorías religiosas en la Península Ibérica: el caso de los judíos”, en J.A. Quirós Castillo (ed.), Treinta Años de Arqueología Medieval en España, Archaeopress, Oxford, 2018, pp. 315-339.
Eiroa, Jorge A.; Gallardo Carrillo, Juan; González Ballesteros, José Ángel:” La sinagoga bajomedieval de Lorca: balance de 15 años de investigaciones y nuevas perspectivas”, Miscelánea de Estudios Árabés y Hebraicos. Sección Hebreo, 66, 2017, pp. 51-84.
González Ballesteros, J.A.: La cerámica bajomedieval de uso doméstico del castillo de Lorca (Murcia). Análisis y clasificación, Editorial Comares, Granada, 2023.
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